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TESTIMONIO

HOLA, SOY OFELIA

Tengo 25 años. Nací en el Departamento de El Progreso en Honduras. Mi historia es muy triste. Mi madre me regaló (…) cuando yo tenía cinco años y me crecieron otras personas que no fueron nada mío; de hecho, me metieron a un crecimiento rudo se le podría decir. A un crecimiento sin infancia sin cariño, palabras muy crueles, regalada me decían, ‘eres regalada, ni tu madre te quiere’. Con ellos aprendí el trabajo de campo, aprendí a cocinar y hacer comida desde chiquitilla. Lavábamos ropa en el río a las 5 de la mañana y después a todo el oficio de la casa.

Me casé a los 17, con Jorge, pero el año pasado se fue a EEUU y ya no volví a saber nada de él. Tengo dos zipotes: uno de 8 años y este que viene viajando conmigo de 5 años. El viaje aquí ha sido feo y difícil, estoy cansada y tengo mucho miedo, porque dicen que ya de aquí para arriba se pone peor esto. Si vieran todo lo que he pasado, de haber sabido que esto era así no me venía. Pero estaba peor allá la verdad. En dónde yo vivo hay muchas maras. A cada rato se están pelando ahí, hay muertos todos los días. Y uno como mujer vive con miedo. Tengo una prima de 15 años que la semana pasada se la llevó la clica y la violaron entre 7 hombres. Vieran, pobrecita, no deja de llorar. Ella es buena una niña de familia. Pero como está bonita la zipota, el jefe de la clica la quiere para él. Cuando sale uno a trabajar lo están vigilando siempre. Le preguntan a dónde va y qué va a hacer. Si yo tenía el pelo teñido, pero mejor me lo dejé negro porque hasta por eso lo confunden a uno. Cuando va uno en el transporte público a cada rato ve muertos de las peleas entre las maras. Hay bastante violencia allá.

El trabajo está duro en Honduras, yo a penas terminé la primaria, como les estaba contando, la familia que me crio no me dejó estudiar más. Sí sé leer y escribir, pero no sé nada más. Yo solo sé limpiar, barrer, trabajar sí sé. Para eso soy buenísima, yo le aguanto el trabajar al campo como un hombre. Los últimos dos años estuve trabajando como vendedora en una tienda en la ciudad. Vendíamos ropa y zapatos, eso sí me gustaba. Pagan poquito la verdad, pero es mejor que estar trabajando al campo en la agricultura, es que viera eso sí es duro, es cansado. En la tienda no me cansaba tanto. Pero hace tres meses que ya no tengo trabajo porque al dueño de la tienda le empezaron a cobrar cuota la mara. Le pedían plata cada semana, pero fíjese que no le alcanzaba al señor y entonces la mara le mató al hijo. Enfrente de la tienda los acribillaron, un muchacho joven de 20 años. Entonces el decidió cerrar la tienda y nos quedamos sin trabajo. Yo tengo que buscar plata porque tengo que mantener a mis dos hijos, pago alquilar de la casa y son muchos gastos, mi niño va a la escuela entonces tengo gastos. Por eso y por el miedo es que salí de mi país.

El día martes salimos temprano de mi casa, un amigo de mi tío Juancho fue el que nos trajo hasta aquí. Supuestamente nos iba a llevar hasta EEUU, pero me dijo que le tengo que dar otro adelanto de 200 dólares porque cruzar el México es caro. Pero ya no tengo, todo me lo robaron en el camino. El mismo miércoles en la tarde veníamos cruzando un pueblo y nos topamos una clica, fue feo ese susto un hombre se subió al carro y nos dijo: tienen que pagar una cuota de 100 dólares por cada uno, ¡ah! pero dice, pero así bien tranquilo, bien relajado: bueno 100 dólares digamos que no es nada dice, pero el nene si vale más me dice. Cuando me dijo así yo me quede helada, yo solo agarré al niño, yo solo sentí que tenía que agarrarlo y salir corriendo (y pa´fuera) yo salí corriendo, sería Dios ¡no sé! pero que aquellos hombres no se me pegaron atrás. Me bajé del carro y corrí. Me metí en una casa y una señora me ayudó. Ahí en el patio de la señora pasé la noche y el jueves en la mañana fue que el coyote me encontró de nuevo y me dijo que íbamos a pasar por otra parte.

El sábado en la noche llegamos a la frontera de Guatemala con México, al lado de Tecún Umán. Del otro lado del Río Suchiate. Ahí dormimos en un hotel feo, yo tenía días de no dormir en una cama. Casi ni dormí la verdad, porque una siempre tiene miedo, mas yo que vengo con mi niño. Me da miedo no por mí, ya esos hombres me han intentado tocar y hasta violar, solo el guía me había defendido porque es conocido de mi tío, sino quién sabe lo que hubieran hecho conmigo. Tampoco come uno bien, ahí con lo que alcanza va uno comprando algo. Pero más come uno galletas y jugo o gaseosa. El domingo en la mañana sí fuimos a desayunar al albergue de migrantes, ahí un padre nos dio desayuno. Por fin comí comida caliente y me pude bañar tranquila. Pero en la noche me dijo el coyote que íbamos a cruzar ya el río, eran casi las 7:00 pm. Le tuve que pagar 100 dólares más. Según él porque la cruzada es cara. Eso también fue un susto. Caminamos por toda la orilla del río hasta un lugar lleno de monte, entre unos árboles. Llegamos y había dos lanchas improvisadas, hechas con llantas como flotantes que enciman tienen unas tablas de maderas amarradas. El río es ancho y está bastante profundo. En esa lancha suben hasta 15 personas, pero no hay de dónde agarrarse y con la oscuridad no se ve casi nada. Yo abracé a mi niño y le pedí a Dios que nos protegiera. Tenía miedo porque no sé nadar y porque del otro lado se veían luces de la Migra que anda rondando esa parte del lado mexicano. Por dicha cruzamos bien.

Les cuento todo esto para que se den cuenta que yo no estoy aquí por gusto, yo quisiera estar en mi país con mi otro hijo y mis tías. Allá dejé a mi niño grande con ellas. Hoy es el primer día que llegué al albergue de Hospitalidad y Solidaridad. Estuve detenida en una estación migratoria casi 15 días. Porque después de cruzar la frontera el coyote nos dejó tirados en un lugar que se llama Huixtla. Íbamos en un camión, en la parte de atrás de un camión de carga. Amontonados, yo calculo que éramos como 50 personas. El lunes en la noche el coyote nos subió a ese carro y nos dijo que nos iba a llevar, anduvo el carro unas horas y luego se topó con un retén de migración. Ahí fue donde nos dejaron, el coyote ya no estaba y al chofer lo llevaron preso. En la estación había mucha gente, familias, mujeres, hombres, gente de la comunidad LGBT+. Lo tratan feo a uno ahí dentro, lo hacen sentir como un criminal.

Yo logré salir de la estación migratoria, que es casi como una cárcel, porque me dijeron que puedo pedir asilo en México, por eso me trajeron a este albergue de Hospitalidad y Solidaridad. Aquí me han tratado bien, tengo una cama y mi niño también. Me puede bañar y comer tranquila, las personas aquí me han ayudado y me están explicando mis derechos. Me atendió una psicóloga muy buena gente y una abogada que me va a asesorar en todos los trámites. Dicen que puedo empezar una vida nueva y hasta me dijeron que tal vez puedo traer a mi niño para acá con papeles y con permiso. La verdad que tengo mucha ilusión de ver de nuevo a mi hijo y de poder vivir tranquila aquí. Estoy muy feliz de verdad por haber encontrado gente buena que me ayude. Yo les digo que nosotros no somos criminales, no somos gente mala, estamos buscando vivir, porque allá en nuestro país es muy difícil vivir.

Foto tomada por: Ricardo Peña

Foto tomada por: Ricardo Peña

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